terça-feira, agosto 30, 2016

A historia do lápis


A historia do lápis...

O menino olhava a avó escrevendo uma carta. A certa altura, perguntou:
- Você está escrevendo uma história que aconteceu conosco? E por acaso, é uma história sobre mim?
A avó parou a carta, sorriu, e comentou com o neto:
Estou escrevendo sobre você, é verdade. Entretanto, mais importante do que as palavras, é o lápis que estou usando. Gostaria que você fosse como ele, quando crescesse.
O menino olhou para o lápis, intrigado, e não viu nada de especial.
- Mas ele é igual a todos os lápis que vi em minha vida!
- Tudo depende do modo como você olha as coisas. Há cinco qualidades nele que, se você conseguir mantê-las, será sempre uma pessoa em paz com o mundo.

Primeira qualidade:

Você pode fazer grandes coisas, mas não deve esquecer nunca que existe uma Mão que guia seus passos. Esta mão nós chamamos de D’us, e Ele deve sempre conduzi-lo em direção à Sua vontade.

Segunda qualidade:

De vez em quando eu preciso parar o que estou escrevendo, e usar o
apontador. Isso faz com que o lápis sofra um pouco, mas no final, ele está
mais afiado. Portanto, saiba suportar algumas dores, porque elas o farão
ser uma pessoa melhor.

Terceira qualidade:

O lápis sempre permite que usemos uma borracha para apagar aquilo que
estava errado. Entenda que corrigir uma coisa que fizemos não é
necessariamente algo mau, mas algo importante para nos manter no caminho da justiça.

Quarta qualidade:

O que realmente importa no lápis não é a madeira ou sua forma exterior, mas a grafite que está dentro. Portanto, sempre cuide daquilo que acontece dentro de você.
Finalmente, a quinta qualidade do lápis:
Ele sempre deixa uma marca. “Da mesma maneira, saiba que tudo que você fizer na vida, irá deixar traços, e procure ser consciente de cada ação”. 

quinta-feira, agosto 25, 2016

Cuerpo y Alma



Cuerpo y Alma

Lo primero que vi en la escuela de medicina fue un hombre muerto. Desde aquel día en la sala de disección de anatomía, cuando retiré la pesada sábana del cadáver que me disponía a disecar, todo pareció diferente. 

Había empezado a cuestionarme en busca de propósito y sentido, escudriñando a diario dentro del cuerpo humano, descubriendo sus maravillas, y, simultáneamente, enfrentando la muerte, expuesto a un vago vacío.

Este parecía desafiarme, exigiéndome que me examinara a mí mismo y definiera hacia dónde me dirigía. Se trataba de un hombre joven; la inscripción sobre la sábana decía: “Causa de la muerte: desconocida”. Y entonces, de algún modo, él era yo. Incluso la mejor escuela de medicina, lo que en realidad enseña es, a lo sumo, “plomería sofisticada”, pero no responde a las preguntas existenciales. Si algo hace es plantearlas, presentando paradojas: el hombre es una criatura accidental que desciende en forma remota de ameba y estrechamente emparentada con un simio; y, aun así, su vida es digna de ser salvada. Eso no tenía ningún sentido.

Hasta entonces jamás había pensado mucho más allá de mí mismo; no andaba buscando nada en forma especial y, quizá debido a que mi vida era extremadamente plena día a día, la cuestión del significado fundamental jamás me había perturbado. 

Crecí en el regazo del lujo de Sudáfrica sin que nada me faltara: dinero, sirvientes que lo hacían todo desde lustrar zapatos hasta servir el desayuno en la cama, fines de semana en la cancha de tenis y en la piscina, vacaciones en las extraordinarias playas de Cape, o de safari en los parques nacionales de reserva natural: diversión sin fin. 

En resumen, toda la cómoda elegancia de Sudáfrica. Tenía tres motocicletas antes de haber cumplido dieciocho años, y un convertible italiano. Pasé un año en los Estados Unidos gracias a una beca de intercambio de estudiantes y estudié medicina. Pero más importante aún que todo eso eran mis amigos, individuos excepcionales, compenetrados con mucho más que los típicos asuntos que interesan a la juventud. Nuestras amistades eran profundas y perdurables, nuestra lealtad, inquebrantable (y lo sigue siendo). Tuve todo lo que quise y, además, lo disfruté.

Pero en aquel entonces la vida y la muerte habían pasado a ser cuestiones reales, y el drama de la práctica médica las magnificaba más aún. Desempeñándome como interno de un atareado hospital, lo sentí más intensamente todavía; las decisiones en cuanto al tratamiento a aplicar eran tomadas por los especialistas, aunque era el interno quien por la noche permanecía junto a la cama del paciente agonizante sosteniéndole la mano. 

El crudo drama del quirófano también dejó una marca profunda: mi adiestramiento en cirugía fue en hospitales de los distritos de personas de color de Johannesburgo, y la experiencia fue imborrable.

En Baragwanath, el mayor hospital de África que atiende al millón de habitantes que residen en Soweto, los fines de semana son un continuo flujo de emergencias quirúrgicas, en su mayoría como resultado de los actos de violencia del distrito. En el departamento de urgencias quirúrgicas, los internos suturan gigantescas heridas (los camilleros se ocupan de cualquier herida de menor gravedad: los médicos no darían abasto), en un sitio al que se le conoce como “La Fosa”. 

El escenario se asemeja a la secuela de una batalla, y uno jamás está suficientemente seguro de cómo cada paciente debe ser tratado. Una tarde de fin de semana, uno de los jefes de cirugía con muchos años de experiencia –quien casualmente era judío– atravesaba “La Fosa” en dirección a otra sala, cuando, de pronto, un paciente inmóvil en una camilla le llamó la atención. Se inclinó unos instantes sobre el hombre, y acto seguido le susurró a su interno: “Pásame un cuchillo”. El sorprendido interno le pasó un bisturí. Sin ceremonias y en el acto abrió el pecho del paciente, recomponiendo el corazón que había sido apuñalado. El hombre vivió.

Pero el resultado no siempre era tan bueno. Cierta ocasión, en otro hospital, después que nuestra unidad quirúrgica estuvo toda la noche de guardia en el quirófano, luchando por salvar la vida del cabecilla de una pandilla callejera, a quien la banda rival le había infligido copiosas puñaladas, se corrió la voz de que la cirugía había sido exitosa y que el hombre viviría. Aquella tarde, durante el horario de visita, la pandilla enemiga llegó a hacerle una “visita”: rodearon su cama, y, mientras las enfermeras se dispersaban y los pacientes se escondían debajo de sus camas, lo acabaron a hachazos.

Una formación secular no proporciona un marco coherente para lidiar con las cuestiones que se suscitan a partir de estas experiencias, y yo notaba que mi sentido de intranquilidad existencial crecía. Durante mi tercer año en la escuela médica, estudiando patología y microbiología, y teniendo reducido contacto con pacientes vivos, atravesé una ligera crisis de identidad y rumbo, y comencé a cuestionarme si la medicina siquiera era para mí, pero sin vislumbrar ninguna alternativa clara, capaz de llenar mi necesidad.

Mis amigos cercanos experimentaban calvarios similares y nuestra generación en general atravesaba un nebuloso período sin definición. Lo que siempre nos hacía más conscientes de este estado de ánimo era la música. Siempre estuvimos ligados a la música y nos empapábamos en ella, seguros de que en alguna parte de este álbum o el próximo las respuestas llegarían; era en la música que nuestras emociones convergían. 

La cultura popular le había dado espacio a la música de protesta de los años sesenta, y habíamos sido arrastrados por el enojo que prevalecía contra el sistema, la feroz determinación por retornar a la integridad. Dylan lo había dicho todo y fueron días embriagados con la ilusión de propósito. Pero “los setenta” no trajeron ninguna respuesta. 

El Rock and roll había sido una digresión inarticulada, y a medida que la década progresaba era claro que el vacío de la sociedad occidental había quedado expuesto frente a nosotros, sin nadie que ofreciera alternativas. La embrujadora música que promovía la liberación de la juventud quedó a su vez embrujada. Un período de desintegración empezó, un movimiento de diversos cultos, y un escape generalizado a través de las drogas; nada parecía claro, y teníamos la imperiosa necesidad de un definitivo punto de contacto con la realidad.

Por aquella época, en el campus universitario había comenzado una serie de clases sobre Halajot para médicos que dictaba un rabino del kolel de la comunidad, y después otra sobre judaísmo en general que impartió cierto arquitecto, quien probablemente inspiró más baalé teshuvá que nadie en Sudáfrica y muy probablemente en cualquier otro sitio. 

El disertó sobre Torá y estudio, sobre la belleza de las relaciones humanas y el matrimonio en el marco de la Torá, sobre desarrollo personal y propósito en la vida. A través de su simple y ameno estilo empecé a percibir claramente la dicotomía existente entre el mundo de la Torá y el secular, las arenas movedizas del utilitarismo y la permisividad que se deslizan hacia la falta de valores, por una parte, y la sublime elevación, el llegar a estar por encima y más allá del propio ser y bloquearse en una dimensión de plenitud, por la otra.
(Extraído de Anatomía de una Búsqueda. Edit. Jerusalem de México)
Akiva Tatz

quarta-feira, agosto 24, 2016

Bendición que debe realizar un enfermo

Bendición de Agradecimiento para el  enfermo


Pregunta:  La persona que pasó por una fuerte gripe o resfriado que lo mantuvo en cama, aún cuando ello no lo puso en peligro de vida ¿Debe pronunciar la bendición de “hagomel” – agradecimiento- al recuperarse?

Respuesta:  Ya hemos mencionado anteriormente, y por lo tanto aclaramos que cuatro personas deben pronunciar esta bendición de agradecimiento, a saber: Aquellos que realizan un viaje transatlántico o a través del desierto y llegan a su destino; el enfermo que se restablece; el preso que recupera su libertad.

Con respecto al enfermo que se restablece, escribe el RaMbaN en su obra Torat Haadam, que no necesariamente se trata de un enfermo que estuvo en peligro de vida, sino incluso aquellos que debieron permanecer en cama al recuperarse debe agradecer pronunciando esta bendición. Pues aquellos que enferman y deben guardar reposo son considerados como los reos a quienes el rey juzga y requieren defensores que defiendan su causa. En este caso, el Eterno, utilizó como defensores las buenas acciones de la persona para ayudar en su restablecimiento.

Así también lo legisla el Rashba en sus responsas y otras grandes autoridades de las primeras épocas. El Meiri cita la opinión de quienes sostienen que sólo si estuvo en peligro de vida debe pronunciar esta bendición de agradecimientos, hagomel, sin embargo agrega que él mismo no apoya tal tesitura y considera que incluso cualquier enfermo que debió guardar cama debe pronunciarla al recuperarse.

A los efectos halájicos, dictamna Maran [Rav Yosef Caro] (Shuljan Aruj cap. 319 inc. 8) que cualquier enfermo que debió permanecer en cama debe pronunciar esta bendición. Agrega Ram”a, en sus comentarios sobre el Shuljan Aruj, que en Ashkenaz acostumbran a bendecir sólo aquellos que sufrieron una enfermedad que los puso en peligro de vida o una herida corporal grave.

En conclusión, según la costumbre sefaradí, las personas que se recuperan de una enfermedad que los mantuvo en cama, aún cuando no estuvieron en peligro de vida, deben pronunciar la bendición de hagomel.

segunda-feira, agosto 08, 2016

Recordando o Holocausto, enlutados em Tisha BeAv



Recordando o Holocausto, enlutados em Tisha BeAv


O Holocausto é incomparável a qualquer tragédia na história, pois foi o extermínio monstruoso, sádico e sistemático de um povo. Nele, os judeus não tombaram em batalha nem morreram vítima de uma praga terrível. Sofreram praticamente todas as formas de tortura e violência – física, psicológica, emocional e espiritual. Como declarou Emil Fackenheim – renomado filósofo judeu alemão –, o Holocausto foi a maldade pela maldade. Os romanos foram cruéis e sanguinários – eles, também, assassinaram milhões de judeus – mas a maioria deles não praticou a maldade pela maldade.  Eles matavam para conquistar; os nazistas matavam para matar. Os romanos lutaram para conquistar os judeus, ao passo que os nazistas queriam exterminar todos nós. O que é particularmente revoltante sobre o Holocausto não é apenas o fato de ter sido cruel e covarde e sádico – as ações dos serial killers mais eficazes e sádicos da história – mas o fato de ter sido completamente sem motivo, político ou militar. Diferentemente dos franceses, o Povo Judeu não venceu a Alemanha nem lhe impôs o Tratado de Versalhes. Diferentemente dos ingleses, não governávamos um império. Diferentemente dos soviéticos, não tínhamos tendências imperialistas. Éramos um povo desarmado e indefeso que vivia no exílio há quase 2 mil anos. Não possuíamos estado nem exército próprio. Não ameaçávamos nem prejudicávamos ninguém. A maioria dos judeus, particularmente aqueles que viviam na Europa Oriental, eram extremamente pobres e religiosos. Viviam para constituir família, preservar o Povo Judeu, estudar a Torá e cumprir seus mandamentos. Sonhavam não em conquistar o mundo, como os ingleses, os soviéticos e os alemães, mas com a redenção – com uma era na qual os seres humanos desfrutariam de paz e prosperidade. Inesperadamente, mais de 2 mil anos após o fracasso do plano de Haman de extermínio de todo o Povo Judeu, um novo Haman, mais eficaz, se ergueu. O homem mais maligno que já existiu sobre a Terra – responsável pela morte de dezenas de milhões de pessoas – inclusive de milhões de seus compatriotas – decidiu que seu principal objetivo na vida era exterminar o Povo Judeu. Ele estava tão obcecado com a morte de todo judeu existente, que até desviou recursos para este fim durante a guerra. Para ele, o extermínio dos judeus era mais importante do que vencer a guerra e conquistar o mundo.
Apesar de negociarem e se sujeitarem a ele, e se aliarem e até lutarem contra ele, nenhum país prestou muita atenção ao que ele fazia aos judeus. Nunca fomos parte da equação... A Grã-Bretanha e a França entraram na guerra por causa da Polônia. Jamais teriam feito isso por causa dos judeus. Os nazistas exterminaram quase 7 milhões de judeus e, excetuando-se umas poucas almas nobres e valentes, o mundo não emitiu um som sequer de protesto.
O episódio mais escuro e cruel na História Judaica – um evento sem paralelo na História da Humanidade – clama por nós. O Holocausto nos ensinou que muito homens são maus e a maioria deles é indiferente. Portanto, nós, judeus, só podemos depender de nós mesmos. Devemos recordar-nos do Holocausto – e de suas lições extremamente dolorosas e importantes – sempre, e senão todos os dias do ano, pelo menos em um único dia.  Não há dia, no calendário judaico, que seja mais apropriado para prantear o Holocausto do que Tisha BeAv – o dia de luto nacional, que, com todos os seus costumes e em toda a sua essência, tornou-se um dia de luto particular.
Em Tisha BeAv, seguimos o costume dos enlutados. Nesse dia, devemos prantear não apenas a queda do Templo Sagrado de Jerusalém, mas também os 7 milhões de judeus que os nazistas, imach shemam, que seus nomes sejam banidos, tiraram de nós.
Não basta recordar o Holocausto no Yom HaShoá ve HaGuevurá (Dia do Holocausto e da Bravura), porque o tema desse dia, como seu nome indica, é o heroísmo e a rebeldia judaicos diante do mal. Podemos celebrar os heróis judeus tombados no Yom HaShoá, como o fazemos no Yom Hazikarón, mas nosso povo necessita ao menos um dia para chorar. O Yom HaShoá é um dia para se contar histórias sobre o Holocausto e daí se tirar as lições adequadas. É o dia em que todos os judeus se erguem e prometem proteger está e todas as gerações futuras de nosso povo. O Yom HaShoá não é um dia de lágrimas – e nós precisamos chorar. E o dia para isso é Tisha BeAv.
O Talmud nos ensina que não transcorre um dia sem que o Todo Poderoso não chore pela destruição de Seu Templo e o exílio do Povo Judeu. Nós não precisamos prantear todos os dias, mas podemos e devemos fazê-lo ao menos um dia por ano, porque apesar do heroísmo e do martírio de nosso povo – apesar da Santificação do Nome de D’us, Kidush Hashem, de todos eles, que morreram por serem judeus, e a despeito de sua coragem, bravura e dignidade – foram mortos quase 7 milhões de judeus, incluindo 1,5 milhão de crianças. Muitos deles sofreram horrores indescritíveis – dia após dia, mês após mês, ano após ano. A maioria de nós nem pode imaginar o que eles passaram. Em Yom HaShoá é perfeitamente aceitável postar-se bravamente perante o mundo – para reafirmar a eternidade do Povo Judeu, com orgulho de ser parte de um povo que se reergueu das cinzas do Holocausto.
Em Tisha BeAv, no entanto, devemos transportar-nos de volta no tempo e lembrar-nos de nossos irmãos que tombaram. O Povo Judeu é uma alma coletiva que se incarna em diferentes corpos. Isto significa que estivemos todos nos campos de concentração. Todos estivemos nas câmaras de gás. Sofremos o frio lancinante, a fome, os pelotões de fuzilamento, a tortura e as diabólicas experiências médicas. A dor permanece na alma de todos os judeus, mesmo daquelas cujas famílias não pereceram nem sobreviveram ao Holocausto. Todo judeu necessita chorar pela parte de nossa alma coletiva que foi roubada pelo mal encarnado. Em Tisha BeAv, se um judeu não consegue chorar pela queda do Templo, ele deve ao menos fazê-lo pelos 7 milhões de seus irmãos. 
Se alguém lhe perguntar: “Para que chorar, afinal?  Por que não enterrar o passado e celebrar o presente? ”, a resposta é que recordando o Holocausto em Tisha BeAv, podemos abrir o coração de muitos judeus, especialmente dos mais jovens, ao estudo da História Judaica, para que possam melhor entender quem são, de onde vieram e o que os últimos 2 mil anos de nossa História têm a lhes ensinar. Isso instilaria neles um maior apreço pelo Estado de Israel: o que representa e qual a sua importância suprema. Recordar o Holocausto em Tisha BeAv ensinaria às gerações mais jovens que a História, particularmente a judaica, é uma cadeia de eventos – e o que fazemos hoje afeta as gerações futuras. Finalmente, recordar o Holocausto no 9º dia de Av nos faria lembrar que o Holocausto não se iniciou quando um homem diabólico subiu ao poder na Alemanha, mas, sim, quando outras nações conquistaram a nossa Pátria, de lá nos expulsando. Se há uma lição que nenhum judeu pode esquecer, é estar aqui: enquanto estávamos no exílio, sem nossa terra, estávamos ameaçados de cair em mãos dos Hamans que surgem de tempos em tempos. Portanto, a principal tarefa do Povo Judeu tem que ser assegurar que a Pátria Judaica jamais seja vencida. Não podemos arriscar sua segurança de maneira alguma. Devemos pagar qualquer preço, fazer qualquer sacrifício e qualquer coisa em nosso poder, física e espiritualmente, para garantir sua segurança e existência eterna.
Há uma razão adicional para que nos lembremos do Holocausto em Tisha BeAv. Os lampejos e vislumbres da redenção inerentes à data – há uma tradição que diz que Tisha BeAv é a data da Redenção Messiânica – dão-nos a esperança de que talvez um dia possamos superar o sofrimento causado pelo Holocausto. 
Nossos Sábios ensinam que quando vier a Era Messiânica, Tisha BeAv, o dia da redenção, será o dia mais feliz do nosso calendário. Talvez seja porque com o advento da Era Messiânica haja tanta alegria no mundo que todas as tragédias passadas sejam esquecidas. Talvez, quando todos os mortos ressuscitem, não choremos mais por aqueles que sofreram e morreram – porque eles estarão reunidos conosco, outra vez. Talvez, na Era Messiânica, D’us responda todas as nossas perguntas, inclusive aquelas sobre o Holocausto. Até esse dia, no entanto, temos que recordar, temos que prantear, e temos que tirar as conclusões e lições necessárias.
Em Tisha BeAv, todos os judeus devem jejuar e ir à sinagoga para rezar e chorar – se não pela ausência do Templo, então pelo Holocausto e pelas outras tragédias na História Judaica. Todo judeu deve jejuar e se enlutar em Tisha BeAv – se não for por D’us, então que seja por nosso povo. Pode ser que não muitos de nós pranteemos em Tisha BeAv o exílio da Shechiná, a queda de Jerusalém e a destruição da Morada Divina na Terra, mas todo judeu pode e deve chorar pelos que tombaram, cujo grito continuará a reverberar até a vinda do Mashiach. Se nos juntarmos a seus gritos – se gritarmos do fundo de nosso coração – talvez nossas vozes subam aos Céus e D’us “ouça” e “se recorde”, e finalmente traga a redenção não apenas ao Povo Judeu, mas a todos os seres bons e decentes que anseiam por um mundo melhor.
Em Tisha BeAv, prantearemos e oraremos pelo cumprimento do que o Rei David, o homem que fundou a Cidade de Jerusalém, escreveu em um de seu famosos Salmos: que quando D’us levar todo o nosso povo de volta à Terra de Israel, nossa boca estará cheia de risos e nossa língua exultará. “Os que ora semeiam em lágrimas”, ensinou o Rei David, “hão de chegar à colheita com alegria. Os que a chorar vêm trazendo as sementes, em júbilo retornarão, carregando os frutos da colheita, tão esperada”. (Salmo: 126)
 Amén, ken yehi ratsón.