segunda-feira, abril 26, 2010

Historia do Shabat

Encontrar a essência das coisas é uma atitude que impulsiona a mudar e crescer. Isto é o verdadeiro desafio de Cada Shabat

O CARRO



Era uma vez um rapaz que ia muito mal na escola.

Suas notas e seu comportamento eram uma decepção para seus pais que, como bons pais sonhavam em vê-lo formado em bem sucedido.

Um belo dia o bom pai lhe propôs um acordo:

- Se você, meu filho, mudar o seu comportamento, se dedicar aos estudos e conseguir ser aprovado no vestibular de Medicina, lhe darei então um carro de presente.

Por causa do carro, o rapaz mudou da água para o vinho. Passou a estudar como nunca e a ter um comportamento exemplar.

O pai estava feliz, mas tinha uma preocupação. Sabia que a mudança do rapaz não era fruto de uma conversão sincera, mas apenas do interesse em obter o automóvel. Isso era mau!

O rapaz seguia os estudos e aguardava o resultado de seus esforços.

Assim, o grande dia chegou! Fora aprovado para o curso de Medicina. Como havia prometido, o pai convidou a família e os amigos para uma festa de comemoração. O rapaz tinha por certo que na festa o pai lhe daria o automóvel.

Quando pediu a palavra, o pai elogiou o resultado obtido pelo filho e lhe passou às mãos uma caixa de presente. Crendo que ali estavam as chaves do carro, o rapaz abriu emocionado o pacote. Para sua surpresa era uma Bíblia. O rapaz ficou visivelmente decepcionado e nada disse. A partir daquele dia, o silêncio e distância separavam pai e filho. O jovem se sentia traído e, agora, lutava para ser independente. Deixou a casa dos pais e foi morar no Campus da Universidade. Raramente mandava notícias à família.

O tempo passou, ele se formou, conseguiu um emprego em um bom hospital e se esqueceu completamente do pai. Todas as tentativas do pai para reatar os laços foram em vão. Até que um dia o velho, muito triste com a situação, adoeceu e não resistiu. Faleceu.

No enterro, a mãe entregou ao filho, indiferente, a Bíblia que tinha sido o último presente do pai e que havia sido deixada para trás.

De volta à sua casa, o rapaz, que nunca perdoara o pai, quando colocou o livro numa estante, notou que havia um envelope dentro dele. Ao abri-lo, encontrou uma carta e um cheque. A carta dizia: "Meu querido filho, sei o quanto você deseja ter um carro. Eu prometi e aqui está o cheque para que você escolha aquele que mais lhe agradar. No entanto, fiz questão de lhe dar um presente ainda melhor: A Bíblia Sagrada. Nela aprenderás o Amor a D’us e a fazer o bem, não pelo prazer da recompensa, mas pela gratidão e pelo dever de consciência".

Corroído de remorso, o filho caiu em profundo pranto.

Como é triste a vida dos que não sabem perdoar. Isso leva a erros terríveis e a um fim ainda pior. Antes que seja tarde, perdoe aquele a quem você pensa ter lhe feito mal. Talvez se olhar com cuidado, verá que há também um "cheque escondido" em todas as adversidades da vida.

domingo, abril 25, 2010

Buchenwald: la despedida de un escritor al infierno del Holocausto[1]


         Jorge Semprún, brillante autor madrileño de 86 años, rememoró el infierno nazi en el campo de concentración donde estuvo preso. Lo cuenta uno de los más prestigiosos periodistas de España.
________________________________________

Buchenwald, el campo de concentración nazi en el que estuvo preso el escritor español Jorge Semprún, ahora de 86 años, tenía una horripilante rutina que el autor de La escritura o la vida contó así en ese libro memorable sobre su experiencia en este vértice terrible del "triángulo del infierno nazi": "Podría contarse", escribe Semprún, "un día cualquiera, empezando por el despertar a las cuatro y media de la madrugada, hasta la hora del toque de queda: el trabajo agobiante, el hambre perpetua, la falta permanente de sueño, las vejaciones de los Kapos, las faenas en las letrinas, la schlage [las torturas] de los S.S., el trabajo en cadena en las fábricas de armamento, el humo del crematorio, las ejecuciones públicas, los recuentos interminables bajo la nieve de los inviernos, el agotamiento, la muerte de los compañeros, sin por ello llegar a rozar lo esencial ni desvelar el misterio glacial de esta experiencia, su oscura verdad radiante: la ténèbre qui nous était éclue en partage. Que le ha tocado en suerte al hombre, desde toda la eternidad. O mejor dicho, desde toda su historicidad".

Si se visita Buchenwald en tiempo invernal esa descripción alcanza los niveles más tremendos de metáfora del sufrimiento humano. En La escritura o la vida Semprún describe el 11 de abril de 1945, cuando dos soldados, judíos norteamericanos, fueron a liberarles del atroz confinamiento; en Buchenwald era primavera y nevaba hasta los huesos. 65 años más tarde, como si la meteorología se uniera a estos fastos grisáceos de la conmemoración, el día, que había sido soleado la víspera, se vistió del mismo luto oscuro que entonces los presos y sus liberadores compensaron con el júbilo de la libertad.

Ahora, otra vez, nevaba ligeramente, pero el frío calaba los huesos y dañaba como un disparo de nieve. Los que estábamos allí, asistiendo como advenedizos a la conmemoración del final de aquel desastre que tuvo durante años ateridos y atemorizados y torturados a miles de jóvenes antifascistas o resistentes, y a novecientos niños, teníamos vergüenza de declarar nuestro propio frío; así que, ateridos, asombrados por la historia y aterrorizados por lo que André Malraux llamaba "el Mal contra toda fraternidad", miramos maravillados como gente de 86 años (la edad de Semprún y de otros compañeros suyos) y aún más viejos (había un austríaco de 104 años) asistían impertérritos a la recuperación de una memoria que debe infligirles un nuevo dolor.

Se lo pregunté a Semprún unos días después: cómo se sintió. Él había pronunciado, de pie derecho, a pesar de los dolores que acompañan ahora sus piernas de andarín cansado, un discurso extraordinario, comprensivo con la historia pero rabioso porque se haya producido, generoso con el futuro pero ardiente defensor de la memoria del pasado, para que no se repita. Lo observé durante largo rato, mientras otros asistentes a esta conmemoración de los 65 años de la libertad en Buchenwald decían sus propios parlamentos; se arreglaba su abrigo oscuro, se ajustaba una manta de manchas blancas y negras que tenían todos los supervivientes del campo, y miraba con una atención que se parece a su literatura: minuciosa, dubitativa pero firme, sus ojos vivos fijándose en cada detalle como si estuviera cazando una presa difícil que luego será un dato o una emoción de la memoria en sus libros.

¿Cómo se sintió? Me lo dijo unos días después, cuando ya estaba en su casa de París, habiendo sufrido aquella inclemencia del tiempo en Buchenwald, donde un día sufrió la inclemencia de la historia. Dijo: "Sentí una mezcla de emoción y de horror. Como si me preguntara qué hago yo aquí, en un lugar donde lo paso muy mal, y donde lo paso mal. Pero aquí también, me dije, inauguré mis veinte años, aquí en cierto modo comenzó mi vida, o comenzó de nuevo, y aquí decidí una lucha que ya fue la lucha de mi vida. O sea que sabía que estaba en contacto con un recuerdo áspero, difícil, pero allí está mi memoria, cómo no ir a Buchenwald".

En la memoria de lo que dice hay un texto escalofriante que escribió Semprún unos días antes de este último viaje a Buchenwald. Lo publicó primero en Le Monde de París, y después lo publicó El País de Madrid; en él explicaba el escritor que fue guionista de Costa-Gavras y de Yves Montand, resistente, comunista militante y clandestino en su país de nacimiento, España, en cuyo Gobierno socialista, ya en democracia, fue ministro de Cultura., en él explicaba que sería la última vez que iba a Buchenwald, donde estas conmemoraciones se hacen cada cinco años. Y así era de escalofriante su confesión, que sus amigos y los que no le conocen recibieron como la carta de despedida de un testigo del siglo XX: "Por última vez, pues, el 11 de abril, ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez -que en este caso concreto es la misma cosa-, por última vez, diré lo que creo que tengo que decir".

Lo dijo. Fue escalofriante. Antes que él habían hablado los políticos de Alemania y de Weimar; en aquel paisaje atormentado por la historia pero embellecido por la memoria de Goethe, que paseó por estos parajes derrotados por la inclemencia de la maldad humana, la voz de Semprún sonó firme y grave, doblemente histórica, porque lo que decía estaba cincelado por una sinceridad que nacía de la misma emoción que aquella frase sobre su despedida de Buchenwald e incluso de la vida.

Dijo Semprún, en su homenaje a los dos jóvenes soldados norteamericanos judíos que el 11 de abril de hace 65 años llevaron al campo la noticia de la libertad: "[No] sabemos lo que pensaron los dos americanos al bajarse del jeep y contemplar la inscripción en letras de hierro forjado que se encuentra en la verja del portal de Buchenwald: Jeden das Seine. No sabemos si tuvieron tiempo de tomar nota mentalmente de tamaño cinismo, criminal y arrogante. ¡Una sentencia que alude a la igualdad entre seres humanos, a la entrada de un campo de concentración, lugar mortífero, lugar consagrado a la injusticia más arbitraria y brutal, donde sólo existía para los deportados la igualdad ante la muerte".

Y culminaba su discurso, alzado sobre sus piernas doloridas, aterido de frío, pero sin guantes, firme la cabeza blanca ante la mirada de los que, como él, fueron heridos por la misma ignominia: "Hoy, tantos años después, en este dramático espacio del Appelplatz de Buchenwald. En la frontera última de una vida de certidumbres destruidas, de ilusiones mantenidas contra viento y marea, permítanme un recuerdo sereno y fraternal hacia aquel joven portador de bazooka de 22 años".

Él era ese joven portador, y como los demás liberados por estos judíos norteamericanos a los que rindió homenaje recorrió lleno de júbilo lo que ya era el escenario difícil pero gozoso de la posguerra.

Cómo no iba a volver Semprún a Buchenwald. Lo encontré el día anterior, en el aeropuerto de Francfort; había hecho un viaje más o menos placentero desde París, pero desde el avión hasta la salida de los pasajeros el autor de El largo viaje pasó un verdadero calvario, como le ocurrió a la vuelta, porque ya sus piernas no están para estos trotes. Pero ahí estaba. Le recibía una joven historiadora del infierno nazi, Johanna Wensch, nieta de nazi y por ello -eso me lo dijo-interesada en saber qué pasó por aquellas mentes para participar en el infierno. "Pasó la cobardía", me dijo, y explicó su trabajo actual, organizando exposiciones para contar la ignominia a las generaciones que tienen su edad o menos: "Conmemorar", me dijo, "conduce a la amistad", a la comprensión. Y para conmemorar venía Semprún, es decir, para afirmar, desde la memoria, la voluntad de rectificación que tiene la historia.

Se encontró con un centenar largo de sobrevivientes, entre los cuales estaban dos españoles, un cordobés, Virgilio Peña, que ahora tiene 96 años ("más años que un olivo"), y un asturiano de Pola de Siero, Vicente García, de 86 (como Semprún); entonces eran antifascistas, republicanos españoles; después de Buchenwald uno fue carpintero y el otro se hizo maestro albañil.

Virgilio cuenta el júbilo de aquel 11 de abril, Vicente tiene en la solapa el emblema de los supervivientes de Buchenwald: ese emblema recuerda el heroísmo de un antifascista alemán que se negó a delatar a compañeros saboteadores, y por ello fue ajusticiado por los nazis. En el pin que me regala está el número de aquel preso: 178.284, sobreimpreso junto a las barras del uniforme de los cautivos y el triángulo rojo sobre el que se imprimían las iniciales de las nacionalidades de los cautivos. Ellos tenían una S, de España. Eran rojos españoles, así los llamaban.

Después de este último viaje a Buchenwald le pregunté a Semprún qué significa hoy este emblema que ahora supone la memoria que ellos vivieron allí. Y me dijo: "Fueron experiencias terribles, y las más terribles ocurrieron en los campos de Polonia. Pero todos, Buchenwald también, por descontado, son símbolo de la opresión que se sigue haciendo en el mundo y no sólo por razones de raza, como ocurría aquí mayormente. Y Buchenwald, no lo olvidemos, no fue sólo campo nazi: luego fue campo estaliniano, aquí hizo sus represiones el régimen de Stalin, y fue campo de concentración de la República Democrática Alemana. De modo que esta es una metáfora muy completa del horror que desata el Mal. Pero lo que aquí se aplica se ha aplicado y se aplica en muchas partes del mundo. Los argentinos pueden encontrar su Buchenwald, los españoles lo tenemos en la memoria, los chilenos lo tienen también cercano. Estos días en Buchenwald me encontré con una chica chilena que estudia el pasado terrible que representa este campo. Y le pregunté qué hacía aquí. Me dijo: 'Aquí puedo comprender también lo que nos pasó en Chile'."

La memoria es la vida. Cuando dejé Buchenwald, aterido aún de frío, unos jóvenes alemanes se iban también, y llevaban en la capota de sus coches, ondeando, dos banderas republicanas españolas. Pasa el tiempo, pero la memoria siempre está ondeando, como la escritura de Semprún, como La escritura o la vida. Esa memoria, ese libro, aquella gente, es lo que nos impedía decir que sentíamos frío en la atmósfera gélida del campo de concentración. Daba como vergüenza ser tan humanos en un lugar en el que hubo tantos héroes.

***********************************************************************

[1] De la reclusión a la "solución final"

Buchenwald. Inaugurado en julio de 1937 a unos 300 kilómetros de Berlín, en Alemania, fue uno de los campos de concentración más grandes del régimen nazi. Aunque en un principio solo recibía presos varones, desde 1944 también admitió mujeres. Durante la Segunda Guerra Mundial su población superó las 100.000 personas, que eran obligadas a trabajos forzados en fábricas y canteras operadas por las SS. Desde 1942, unas 56.000 personas fueron asesinadas en Buchenwald, y otras miles fueron enviadas a otros centros de exterminio. Cuando el ejércido estadounidense liberó el campo, el 11 de abril de 1945 -hace 65 años- había más de 20.000 prisioneros.

domingo, abril 11, 2010

A História de Shabat

Consertando uma Sola Gasta

Alguns anos atrás, em Flatbush, Nova York, um senhor de fala suave, que sempre sentava no fundo da sinagoga, disse ao seu rabino que desejava doar um 'Sefer Toráh' para a Sinagoga. O senhor, Shimshon Blau (nome fictício), falou ao Rabino que contratara um escriba para escrever um 'Sêfer Toráh' para ele e que agora o trabalho estava quase completo.

O Rabino ficou incrédulo. O Sr. Blau não era uma pessoa de muitas posses e o custo de um 'Sêfer Toráh' novo poderia chegar a mais de trinta mil dólares.

O Rabino entrou em contato com o escriba e constatou que o senhor Blau realmente tinha pago pequenas somas em dinheiro durante os últimos anos para a confecção de um Sêfer Toráh. Recentemente, ele tinha feito o último pagamento. O 'Sêfer Toráh' seria concluído em poucos dias.

No Shabat, o rabino anunciou as boas notícias para a congregação. Todos se dirigiram ao Sr. Blau para desejar mazal tov e agradecer pela generosa dádiva à sinagoga.

Planos foram feitos para a “Hachnassat Sêfer Toráh” - a festa em comemoração pelo recebimento dos novos rolos da Toráh.

Algumas semanas depois, num domingo ensolarado, a comunidade se reuniu na casa do Sr.Blau. Todos o acompanharam quando ele carregou o Sêfer Toráh pela rua até a sinagoga. Ele ia andando embaixo de uma chupá, enquanto os demais presentes cantavam e dançavam ao seu redor. Uma refeição especial foi oferecida na sinagoga em honra à ocasião.
Alguns dias depois, o rabino perguntou ao Sr. Blau se havia alguma razão em particular para ele ter oferecido o Sêfer Toráh.

No início ele ficou hesitante em falar, mas acabou consentindo em contar essa história de tirar o fôlego, porque era melhor contar sua história e ver se agora conseguiria passar as noites dormindo, pois fazia 52 anos que ele não dormia uma noite completa!
 
E contou sua história:

Shimshon Blau tinha apenas 16 anos quando os nazistas o levaram, com seus pais e sua irmã, de Lodz, sua cidade na Polônia, para um campo de concentração. Pouco depois de sua chegada, foi separado da família e nunca mais ouviu falar deles.

Shimshon foi colocado em um barracão de trabalho escravo. Ele sofria humilhações diariamente. Certa noite, quando estava deitado, um soldado nazista entrou no alojamento para checar os prisioneiros. Ele foi andando de cama em cama. De repente, olhou para os pés de Shimshon, viu suas botas de couro e gritou: "Estas botas agora são minhas.”

Shimshon ficou chocado. As botas tinham sido dadas por seus pais pouco antes da família ser capturada pelos nazistas. Era sua última conexão com eles, pois não possuía retratos, cartas... Nenhuma memória que pudesse guardar para um momento particular, para lhe dar forças. As botas se tornaram uma preciosa lembrança da sua família. Ele gritou incontrolavelmente. O cruel ato nazista foi a lâmina que cortou o último laço com seus pais. Ele chorou por horas e acabou dormindo. Na manhã seguinte, saiu do alojamento descalço e encontrou o soldado que tinha roubado suas botas. Desesperado, correu para o soldado e implorou:

- Por favor, dê-me um par de sapatos. Eu não tenho nada para calçar e vou congelar até a morte....

Para sua surpresa o soldado respondeu:

- Espere aqui que voltarei em 5 minutos com sapatos para você.

Shimshon tremia de frio, enquanto esperava. Em alguns minutos, o nazista voltou com um par de sapatos e o entregou para o surpreso, mas agradecido adolescente, que voltou para a sua barraca e sentou na cama para colocar seus novos sapatos. Eram feitos de madeira, como tamancos. Ele sabia que teria que usá-los, independente de como tinham sido feitos ou quão desconfortáveis fossem.

Quando estava prestes a colocar seus pés dentro dos sapatos, olhou dentro e engoliu seco. O interior era feito com um pedaço de pergaminho de um Sêfer Toráh.

Shimshon congelou de terror e pensou em como os nazistas podiam ser tão cruéis! Como ele poderia pisar nas palavras que D'us ditou para Moshé escrever para todas as gerações? Mas infelizmente não tinha escolha, não possuía nada mais para calçar. Ou ele calçava aqueles sapatos ou seus pés congelariam e ele morreria. Hesitante e sentindo-se culpado, ele os calçou.

Agora, anos depois, Shimshon contou:

- Cada passo que eu dava, sentia como se estivesse pisando num Sefêr Toráh de D'us. E eu jurei que, se um dia saísse vivo do campo não importando se ficasse rico ou pobre, eu teria um Sêfer Toráh e devolveria a D'us a honra que eu tomara dele pisando na sua Toráh. Foi por isso que doei este Sêfer Toráh para a sinagoga.

********

Em sua sinceridade, Shimshon sentia que estava pisando na Toráh de D'us. Quem pode culpá-lo?

Mas e nós? Nós devemos nos perguntar:

“Será que de alguma maneira, nós também não pisamos na Toráh de D’us”?

Será que, sem querer e ás vezes mesmo querendo, nós não violamos preceitos básicos da Toráh - o que é, na essência, pisar nas suas palavras?"

Shimshon Blau com certeza retificou o seu ato e nós devemos tentar almejar o mesmo!


Fonte: "Healing a Trampled Sole" no livro "Reflexions of the Maggid"

quarta-feira, abril 07, 2010

Os dias hebraicos não possuem nomes próprios

O SHABAT


Os dias hebraicos não possuem nomes próprios e sim primeiro, segundo, até chegar ao único que tem nome, o Shabat. Seu nome deriva de seu conteúdo especial: um dia para a liberação do homem. O realismo da tradição israelita não pode evitar a contemplação de dias sufocantes, dias penosos, trabalhos que escravizam, alguns mais, outros menos. É a realidade:

“Com o suor do teu rosto comerás pão todos os dias da tua vida...”(Gênesis III, 17)

A cessação do trabalho, que o Shabat requer não é um mero recurso “social” para compensar problemas de sete dias. Pretende muito mais: a recuperação do homem em sua essência . A possibilidade de estar consigo mesmo, sem alienação, com a família, esposa, filhos, membros da casa:

“Recorda-te do dia de sábado para santificá-lo. Seis dias trabalharás e farás teus trabalhos e o sétimo dia é para deixar o trabalho, para teu D’us”.

Não farás tarefa alguma, nem teu filho, nem tua filha, nem teu servo, nem tua serva, nem teu gado, nem o forasteiro que habita na tua cidade”.(Êxodo XX, 8-10)

Desta maneira, também, o duro trabalho dos outros seis dias deixa de ser um castigo e volta-se para o Shabat. Assim, com efeito, vê o poeta em Salmos CXXVIII:

“ Quando comas do trabalho das tuas mãos.
Que bom para ti, feliz de ti.
Tua esposa será como parreira fecundável,
por toda a tua casa.
Teus filhos como brotos de oliva,
em torno da tua mesa”.

Trabalhar para alguma coisa, para alguém, para um dia na semana de paz interior e entre os humanos, a sua vez, poderia ser felicidade e não castigo.

É aí que a santidade do Shabat, o dia maior e mais santo do ano judaico é superado, talvez, apenas pelo Dia do Perdão. Assim, recupera-se a harmonia prevista na criação.

A estrita proibição de todo trabalho ordena, indiretamente, que o homem retome outras necessidades da vida, esquecidos no caminho do tráfego cotidiano.


Começa - este palácio no tempo, como o chama o Rabino Abraham Ioshua Heschel -na noite de sexta-feira (as jornadas judaicas se se tendem do pôr do sol ao pôr do sol). O pai e os filhos vão à sinagoga, aonde se recebe o Shabat como a uma rainha-noiva:

“ Vamos, meu amado, ao encontro da noiva”, o rosto do Shabat “receberá”.

Ao retornar para a casa, brilham as velas acesas. Resplandece a mesa. A mais pobre das casas se enriquece com uma luz que provém de outra esfera, não material.

É preceito divino comer , alegrar-se e cantar.

É um dia com tempo para quem nunca tem tempo.

Tempo para viver, conviver, pensar, agradecer, rezar e reviver a existência e seus mistérios e refletir. Isso é o que todos querem e não sabem como consegui-lo: sermos nós mesmos.

O Shabat é um oásis de D’us para o homem.

quinta-feira, abril 01, 2010

SHIR HASHIRIM

O CANTICO DOS CANTICOS

Shir Hashirim - O conteúdo deste magnífico canto composto pelo Rei Salomão, foi explicado pelos cabalistas hebreus como um diálogo entre o povo de Israel e seu Criador, sendo Salomão (Shelomó - She - Hashalom - Lo - Líder da paz entre ambos) o intérprete de dito diálogo, por meio de alegorias.

O Rei Salomão, havendo previsto que no futuro um exílio longo e amargo entre todas as nações do mundo iria sobreviver ao Povo de Israel, escreveu, através de uma inspiração Divina, o “Cantar dos Cantares”. O Talmud explica este feito com a seguinte parábola:

“Um rei que havia ficado muito bravo com sua esposa, o tirou do palácio e ela andava errante por todas as partes do mundo. Esta rainha havia tido um filho do rei, o qual era muito inteligente e de bom coração. Naturalmente o jovem sofria vendo a sua mãe nesta lamentável situação, afastado de seu pai, longe de seu país, perseguida e maltratada por estranhos, sem que ninguém tivesse piedade dela. Pensando de que maneira poderia reconciliar seus pais, notou que o rei, apesar de haver expulsado a rainha, a levava em seu coração e não podia esquecer o amor e a devoção que ela lhe tinha na mocidade.

Por outra parte, o filho também viu que sua mãe, apesar dos sofrimentos e humilhações do exílio, nunca deixava de pensar em seu esposo, o rei, nem abandonou suas virtudes e tradições reais.

Havendo-se assim assegurado que existia amor de ambas as partes, o jovem pensou que a sua missão de paz seria fácil, e com esta finalidade escreveu um poema de amor, em forma de diálogo: uma parte em nome de rainha e a outra em nome do rei. Ela, descrevendo com todos os detalhes a grandeza e formosura do rei e suas antigas promessas para com ela; e outra, em nome do rei, detalhando a beleza excepcional da rainha e elogiando suas virtudes, castidade e felicidade, apesar de seus erros do passado”.

De acordo com os rabinos do Talmud, esta foi a intenção com que Salomão, o filho sábio e fiel do povo de Israel, escreveu o “Cantar dos Cantares”.

A rainha, logicamente, representa a congregação de Israel, expressando seu amor puro a D’us e a Toráh, e santificando o nome do criador por todas as partes, apesar de sofrer as calamidades do exílio; e o monarca, representa o rei dos reis, o Senhor de Israel, exaltando a Assembléia de Israel tal como o descreve o profeta Jeremias (capítulo II, 2): “Assim disse o Senhor: lembro-me do carinho que me tinhas na tua juventude, do amor de teus desposórios, quando me seguistes pelo deserto em uma terra não semeado. Israel é santidade do Senhor, as primícias de seus frutos, todos os que devoram serão culpáveis, o mal virá sobre eles, disse o Senhor”.

Eis aqui algumas frases entre o Rei (D’us) e a Rainha (Assembléia de Israel): Ele lhe disse (I, 15): É linda, minha companheira, és linda; teus olhos são como os de pombas! E ela lhe responde (I, 16): És lindo, oh meu amado, agradável também! E o nosso leito é de flores”. Em outra parte (II, 2) Ele lhe diz: “como o lírio entre os espinhos (perseguidores), assim és minha amiga entre o povo”; e ela lhe responde (II, 3): “como a macieira entre as árvores da floresta, assim é meu amado entre os mancebos; a sua sombra desejo sentar-me e o seu fruto é doce ao meu paladar”.

Apesar das expressões de amor e nostalgia contidas no “Cantar dos Cantares” parecem referir-se ao amor humano e a beleza física do homem e da mulher, seu objetivo principal não é mais que descrever alegoricamente as virtudes do povo de Israel e sua fidelidade ao Criador e a seus preceitos, como também o amor a D’us até seu povo predileto.

O Milagre do "Lechá Dodi"

O Milagre do "Lechá Dodi"



Em 01/09/1941, na França, um decreto obrigou os judeus a usarem a estrela de David. Mas foi antes, em 1940, vários meses após a França ter sido invadida pelos nazistas, que ocorreu um verdadeiro milagre em Lyon.

Uma pequena congregação de judeus preparava-se para receber o Shabat.

Apesar da nuvem negra que dominava toda a Europa na época, eles se preparavam para os serviços religiosos, em sua sinagoga.

A população da cidade, judeus e não judeus, estava como que adormecida pelos acontecimentos, como a derrota da França e o desespero geral que começara a permear toda Europa.

Em Lyon refugiou-se o Rabino Chefe da França, Rabi Jacob Kaplan, que tinha abandonado Paris. E uma das primeiras coisas que fez foi organizar uma nova congregação. A vida para todos os judeus da cidade naqueles dias sombrios da escalada nazista, era muito amarga. Com o coração repleto de gratidão, os judeus se reuniam, uma vez por semana, em uma modesta casa de oração em Lyon, durante algumas horas de oração e estudo no Shabat e, esqueciam por uns momentos o flagelo aterrador do nazismo, cada vez mais próximo.

Em Lyon, como em outras partes da França de Vichy e da França ocupada, havia vários grupos pró-nazistas. Eram franceses fascistas que compartilhavam a atitude nazista em relação aos judeus e estavam sempre prontos a apoiar os planos dos nazistas de acabar com o povo judeu.

Naquela noite de sexta-feira em Lyon, a pequena congregação de refugiados do norte da França estava reunida para dar as boas vindas ao Shabat. O serviço religioso chegava ao fim e os congregantes cantavam a oração "Lechá Dodi", que fala sobre "a chegada das notícias sobre o Dia da Redenção”.

Como é costume em muitas sinagogas, na conclusão dessa parte do serviço religioso, todos os presentes voltam-se, dando as costas ao santuário, para "receber a noiva - o Shabat".

Os fiéis tinham acabado de se voltar para a porta de entrada quando as últimas frases do canto, como que congelaram, repentinamente. De pé, à porta, estava um grupo de simpatizantes nazistas, mascarados, com granadas nas mãos prontas para serem detonadas - sem deixar dúvidas do massacre que estava por se iniciar.

Mas os prováveis assassinos ficaram petrificados, pois não contavam encontrar os judeus de frente, encarando-os clara e diretamente. Haviam planejado infiltrar-se sorrateiramente vindos de trás, atirar as granadas e escapar pelas sombras da noite como haviam chegado. Mas os judeus também permaneceram, imóveis, incrédulos, petrificados, e os nazistas rapidamente mudaram de idéia. Com as granadas ainda nas mãos, retiraram-se, excetuando-se um homem que atirou sua bomba que explodiu ao chocar-se contra a parede da sinagoga sem causar vítimas.

E tudo não passou de um momento. Apavorados, ainda estarrecidos com o que se passara, os membros da congregação viraram-se de volta, desta vez com o olhar dirigido para a Arca Santa, e sentaram. Alguns soluçavam, outros suavam frio e outros estavam imóveis como estátuas. O Rabino Kaplan voltou ao púlpito. Sua voz, na qual se percebia ligeiro tremor, disse:

"Meus irmãos, acabamos de presenciar um milagre. Estamos salvos, pois no momento do perigo estávamos voltados à porta de entrada, para receber a chegada do Shabat, a Noiva de Israel. Os homens maus se foram, mas a Noiva permanece conosco. Saudêmo-la!" Conseguindo recuperar a voz e o fôlego, a congregação entoou o verso final da oração: "Vem, ó Noiva, juntos damos as boas vindas ao Shabat”.

Nunca saberemos ao certo o que se passou na cabeça dos quase-assassinos naquela fração de segundo em que a pequena congregação de judeus franceses os encarava como um grupo, ao ponto de os assustar e demover de seus intentos malignos. Em Lyon, hoje em dia, judeus mais idosos ainda comentam o milagre do "Lechá Dodi". Revivamos em cada Shabat, “o milagre”.